Sobre la ilustre frente de don Nicolás Avellaneda descansa, estratégicamente apoyada, como si fuera lo más natural del mundo, una pila de tablones. Son de los puesteros que preparan la feria, así que a nadie se le ocurre reparar en que están vandalizando una valiosa pieza del patrimonio urbano. Que no es ese el destino que Enrique de Prat Gay imaginó mientras esculpía el busto del gran Presidente de la Nación. Tal vez supongan -sólo tal vez- que lo importante es encontrarle fines prácticos a esa cabeza que mira al sudeste desde lo alto del pedestal en Mate de Luna y Asunción. ¿Qué diría Avellaneda, tan afecto a usar la cabeza para pensar el futuro de la Argentina, si descubriera lo que sus propios comprovincianos están haciendo con su cabeza? Será porque Tucumán está de la cabeza. Quizás siempre lo estuvo.
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En algún momento de la historia, no documentado pero sí comprobado, a la Venus de Milo le cortaron la cabeza. No a la original que está en el Louvre, sino a la réplica del parque 9 de Julio, integrante del lote de estatuas encargado por Juan B. Terán, 100 años atrás. No sólo eso. Se volvió usual utilizar el cuello de la escultura para anudar el extremo de una cuerda; la otra punta se ataba en un árbol, y de la soga colgaba toda clase de artículos, desde volantines a corpiños. Una especie de vidriera al aire libre, al servicio de la venta ambulante. No deja de ser extraño lo de esta tucumanizada Venus: en el último Halloween practicaron alguna clase de ritual, que incluyó embadurnarle la cabeza con una sustancia incomprobable. Finalmente, el equipo abocado a recuperar ese patrimonio artístico de la ciudad dijo basta y se llevó la Venus a la Casa Thays para limpiarla y restaurarla como se debe. Usaron la cabeza.
Así no hay patrimonio que aguante: lo sufre Nicolás Avellaneda* * *
“Con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”, decía la militancia en aquellos viejos tiempos, cuando la política se construía en la calle y a TikTok apenas lo pronosticaba gente como William Gibson o Philip K. Dick. Tiempos en los que no se agachaba la cabeza, aunque el riesgo de perderla siempre quedaba a mano. Lo que nunca dejó de estar de moda -ni dejará de estarlo- es el popular deporte de pedir la cabeza del culpable de turno. Porque alguna cabeza tiene que rodar, ¿no? En todo caso, a los chivos expiatorios les dicen “cabeza de turco”. Esto vendría -no deja de ser una leyenda- de la rivalidad entre los reinos cristianos de la cuenca del Mediterráneo y el Imperio Otomano. Al parecer, los soldados se entrenaban aplicándole lanzazos a un muñeco de madera, cuya cabeza representaba al “gran turco”, nada menos que el sultán de Constantinopla.
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¿Qué tenían en la cabeza en Villa de Leales cuando abandonaron a su suerte (que no fue otra que la de ser saqueada) a una de las construcciones más valiosas del pueblo? La antigua sucursal del Banco de la Provincia, construida en la década de 1930, es una ruina ganada por la maleza, desmantelada y vandalizada. Las tejas del hall se vinieron abajo y aún así ese espacio todavía guarda algún resquicio de antiguos esplendores. Tras la privatización del Banco, en 1995, el edificio quedó en poder de la Provincia, y en 2010 lo pasaron a la Comuna. Como si fuera una brasa que quemó todas esas manos. La fachada de estilo neocolonial es lo único que más o menos se mantiene en pie. Al frente está la plaza principal, que lleva el nombre de José de San Martín y luce en el centro un busto del Libertador. A esa cabeza sí que le fue mal: le arrancaron la nariz y deberían, cuanto antes, hacer algo para repararla. Por suerte la capilla, que es la cabeza parroquial de la zona, luce mucho más cuidada.
Los 245 años de Villa de Leales: la tristísima imagen del patrimonio destrozado* * *
El lamentable ejercicio bélico de decapitar al enemigo capturado es tan viejo como la humanidad. Porque para asegurarse de que alguien está muerto -bien muerto-, nada más contundente que cortarle la cabeza. Tratándose de alguien importante, como podían ser Luis XVI y su esposa María Antonieta, mandarlos a la guillotina tenía tanto de brutal como de simbólico. Porque la cabeza es un trofeo, y si de un rey se trata, infinitamente mayor es el premio. Las cabezas inertes, exhaustas, descompuestas, vencidas, encierran mensajes terribles. El propio Sarmiento se había pasado la vida denunciando la barbarie federal -tan afectos los rosistas a cortar la cabeza de los unitarios que cazaban tras interminables batallas-, y hete aquí que a la vuelta de los años terminó haciendo lo mismo. La cabeza del “Chacho” Peñaloza terminó clavada en una pica en la plaza de Olta, crimen que Sarmiento ordenó y del que intentó despegarse en el Senado de la Nación.
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Sin olvidar que a Marco Avellaneda, padre de Nicolás, le cortaron la cabeza para exhibirla en la plaza Independencia (que entonces se llamaba Libertad). Corría 1841. Es archiconocida la saga de Fortunata García de García, quien amparada en las sombras de la noche rescató la cabeza de semejante oprobio para darle sepultura. Esto de las cabezas de los Avellaneda, padre e hijo, remite a aquello de la historia que se repite, primero como tragedia y después como farsa. A Marx le hubiera encantado este ejemplo, a modo de ilustración para su idea. Viajar de lo trágico a lo farsesco no tiene por qué ser un dolor de cabeza.
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“Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes”, decía Truman Capote. Viene a cuento de aquello de “¿dónde tiene (fulano o fulana) la cabeza?” Por lo general, ante semejante incertidumbre, la justificación suele ser “tiene la cabeza en las nubes”. Pues bien, los padres fundadores del Tucumán moderno, pleno Centenario tendrían la cabeza en las nubes (“mirando el cielo”, en la visión de Terán) pero los pies en la tierra. O en la Tierra. No andaban por ahí dando cabezazos -otra marca registrada de la tucumanidad- o cabeceando de sueño, sino sacándole el jugo a lo que su cabeza les dictaba. Estaban de la cabeza, sí, pero en un buen sentido: creativo, vital, inspirado. Ahora estamos de la cabeza, pero en dirección opuesta. Entonces sí, Tucumán siempre estuvo de la cabeza. ¿El resultado? Que cada uno se ponga de cabeza a hacer cuentas.